6 de octubre de 2011

EL PODER DE LA ORACIÓN



Nuestro tema es la oración cristiana. No simplemente oración, sino oración cristiana. En Lucas once, leemos, "Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando acabó, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos." Para los cristianos, la oración debe ser tan natural como el llorar y respirar de un bebé recién nacido.

Oración es conversación con el Dios infinito, personal, y triuno. Oración es comunión con este Dios, comunión para la cual fuimos creados. Hay personas no cristianas que oran al sol, oran a la luna, oran a los árboles, oran al viento. Este tipo de oración, de acuerdo con la Biblia, es idolatría. Dios hace su voluntad a través de nuestra oración. Hay personas que preguntan: " Por qué debemos orar si sabemos que Dios a preordinado todas las cosas? Podemos contestar: "Dios es magnífico, y Dios es grande, y Dios es absolutamente soberano. Es por esto que la oración es extremadamente importante. Si la voluntad de Dios puede ser comparada a un círculo, entonces todas nuestras oraciones tienen que estar dentro de este círculo, o sea, de acuerdo con la expresa voluntad de Dios. Usted no puede orar afuera del círculo de revelación divina.

En Juan, capítulo quince, versículo siete leemos: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis, y os será hecho." Se dan cuenta entonces que la oración debe estar de acuerdo con la voluntad de Dios que nos ha sido revelada. El mismo Jesucristo nos indica que la oración es tan potente que puede hacer huir hasta al más poderoso de los demonios del infierno. (San Marcos 9, 16-29) Es evidente que hay una desproporción entre el inmenso valor que tiene una oración, y el escaso aprecio que le concedemos. Jesús nos dice: Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis. (San Mateo 21, 22) Jesucristo oraba mucho, incluso noches enteras. (San Lucas 6, 12) La oración es tan importante, primero, porque Dios nos ha mandado que oremos. Es por medio de nuestra oración que Dios provee cuando necesitamos. Hay un Diablo que se opone a todo cristiano. En la Primera de Pedro, capítulo cinco, comenzando con el versículo ocho, San Pedro nos dice, "Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el Diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar, al cual resistid firmes en la fe."

Así es que otra razón por la cual hay que orar, es que hay un Diablo que constantemente está tratando de derrotarnos y devorarnos. La gente de Dios orará y recibirá poder divino e iluminación para resistir al Diablo por medio de la sangre de Jesucristo. Jesucristo mismo, Dios encarnado, el hijo de Dios, siempre oraba. Normalmente Jesús se levantaba muy temprano por la mañana, iba a una parte solitaria y oraba. Lo vemos orando a través de toda su vida. Lo vemos orando en el Jardín de Getsemaní. Lo vemos orando en la cruz cuando estaba muriendo. Por lo tanto, para Jesús la oración era normal, como respirar. El tenía una constante comunión con su Padre Celestial, los apóstoles oraron y nos enseñaron a orar. Especialmente cuando leemos el libro de Hechos, encontramos a los apóstoles orando continuamente. En Hechos, capítulo seis, versículo cuatro Pedro dice, "Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra."

Los apóstoles fueron bien instruidos por nuestro Señor y Salvador Jesucristo. La oración es muy, muy difícil. Es un ejercicio muy difícil. Podemos venir a la iglesia fácilmente. Podemos leer la Biblia fácilmente. Podemos escuchar sermones fácilmente. Podemos hacer muchas, muchas cosas con mayor facilidad que acudir a Dios y orar. ¿Por qué? Porque somos pecadores, y porque hay un demonio que nos opone. El Diablo odia cuando nos arrodillamos y oramos, sin quedarnos dormidos, a El Dios todopoderoso. Cuando oramos, nosotros sabemos que lo hacemos porque el Espíritu Santo ha generado adentro de nosotros un gran deseo de orar. Cuando oramos, Dios produce y hace nacer en nosotros el deseo urgente de comunicarnos con Dios, y de permanecer con El. La oración es normalmente dirigida a Dios Padre. Puede también ser dirigida a Dios Hijo, o a Dios Espíritu Santo, pero normalmente la oración es dirigida a Dios Padre. En Mateo, capítulo 6, versículo nueve, Jesucristo nos dice en la oración que El mismo nos enseñó: "Vosotros, pues oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos". De manera que la oración debe ser dirigida a Dios Padre, quien es la primera persona de la Sagrada Trinidad. Ahora, Dios Padre es su padre, y a El le gusta mucho oír sus oraciones.

A El le gusta mucho verlo, o verla. No debemos pensar que Dios Padre es severo y transcendente y que está lejos de nosotros. Cómo podemos entonces, siendo pecadores, acercarnos de alguna manera a Dios Padre? Lo hacemos por medio de Jesucristo. La verdad es que Dios Padre nos amó desde toda eternidad y que fue El quien planeó nuestra salvación. Esto significa que debemos dirigirnos a Dios por medio de la obra de Jesucristo, por medio de su sangre. Jesucristo dijo, "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie vendrá al Padre excepto por medio de mí." Es, entonces, a través de Jesucristo, que venimos al Padre.

Finalmente, tenemos que estar conscientes de que venimos a Jesucristo también por el Espíritu Santo. Leamos Efesios, capítulo dos, versículo 8 y Romanos , capítulo ocho, versículo quince. Dios nos ha dado el Espíritu de adopción por el cual lloramos "Abba, Padre". La oración la ofrecemos al Padre a través de Jesucristo, por medio del Espíritu Santo, quien Dios nos ha dado. La oración es siempre un don de Dios que sale al encuentro del hombre. La oración cristiana es relación personal y viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en sus corazones. Abraham es un modelo de oración porque camina en la presencia de Dios, le escucha y obedece. La oración de Moisés es modelo de la oración contemplativa: Dios, que llama a Moisés desde la zarza ardiente, conversa frecuente y largamente con él “cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Ex 33, 11).

El Evangelio muestra frecuentemente a Jesús en oración. Lo vemos retirarse en soledad, con preferencia durante la noche; ora antes de los momentos decisivos de su misión o de la misión de sus apóstoles. De hecho toda la vida de Jesús es oración, pues está en constante comunión de amor con el Padre.

La oración de Jesús durante su agonía en el huerto de Getsemaní y sus últimas palabras en la Cruz revelan la profundidad de su oración filial: Jesús lleva a cumplimiento el designio amoroso del Padre, y toma sobre sí todas las angustias de la humanidad, todas las súplicas e intercesiones de la historia de la salvación; las presenta al Padre, quien las acoge y escucha, más allá de toda esperanza, resucitándolo de entre los muertos.

La oración de petición puede adoptar diversas formas: petición de perdón o también súplica humilde y confiada por todas nuestras necesidades espirituales y materiales; pero la primera realidad a que debemos aspirar es a la implantación del Reino.

(Tomado de Blesspod.com/ Galo Molina, Octubre 2011)

28 de julio de 2011

LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA



Florece la flor del cactus hermosamente Más allá de la espina en la carne la belleza espera netamente.
Julio/Agosto 2011

La espiritualidad Cristiana José M. Martínez

Pocos conceptos son tan ricos como el de espiritualidad. Y tan expuestos a confusión. Si formulásemos una pregunta acerca de su significado, podrían darse las respuestas más diversas, algunas de ellas generadoras de problemas en la fe de determinados creyentes e incluso en la vida comunitaria de más de una iglesia. Conviene, pues, aclarar ideas, sin renunciar a los grandes beneficios que una auténtica espiritualidad cristiana comporta.

Quizás, en primer lugar, conviene hacer notar que la preocupación por la dimensión espiritual de la vida no es exclusiva del cristianismo. Distingue a las religiones e ideologías orientales que, en su concepción y práctica de la espiritualidad, habrían de hacer sonrojar al mundo occidental, dominado por el más crudo materialismo. Para los hindúes, por ejemplo, la oración es la actividad más importante de la vida. Y para las otras grandes religiones de Oriente (budismo, zoroastrismo y otras de la China y el Japón), el ascetismo y la vida contemplativa son esenciales. Pero al mismo tiempo podemos afirmar que en ninguna religión humana se hallan fuentes de espiritualidad tan ricas como en la fe y la experiencia cristianas.

La espiritualidad bíblica

Según la enseñanza bíblica, la verdadera riqueza de un ser humano no depende de la abundancia de bienes materiales, sino de que sea «rico para con Dios»

(HTMLBibleLink('Lc','12:21')). La comida, la bebida, el vestido son «añadiduras» a lo esencial de la vida humana; lo primordial es «el reino de Dios y su justicia» (HTMLBibleLink('Mt','6:33')), pues ese reino es «justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (HTMLBibleLink('Ro','14:17')). Por el conocimiento de Cristo, el creyente piensa que todas las demás cosas pueden ser consideradas como «pérdida», tan despreciables como la «basura» (HTMLBibleLink('Fil','3:8')). En Cristo ha sido hecho hijo adoptivo de Dios, con quien puede vivir en gozosa comunión. Esta comunión halla sus formas de realización en la lectura de la Palabra de Dios, en la oración, en el culto, en la comunión fraternal y en el servicio que nace del amor. En todo esto consiste esencialmente la espiritualidad cristiana, sin que excluya hasta cierto punto -dentro de unos límites- el elemento contemplativo y determinadas formas de ascetismo. En este modo de vivir la piedad participan la mente, los sentimientos y la voluntad; se asocian el entendimiento, el corazón y la acción. La espiritualidad así entendida es un imperativo para el cristiano. Equivale a la madurez que se espera de los discípulos de Cristo (HTMLBibleLink('Heb','6:1')) y constituye el mejor antídoto contra los males causados por la carnalidad. El cristiano carnal es egocéntrico -a veces hasta el extremo de la egolatría- y su egocentrismo engendra los pecados más dañinos, tanto en su propia vida como en la de la iglesia. Téngase presente el patético cuadro descrito en HTMLBibleLink('1Co','1:10-12') y HTMLBibleLink('1Co','3:1-18'). En modo alguno puede un creyente conformarse con ser un «cristiano carnal», como si el cristianismo auténtico y la carnalidad fuesen compatibles.

Ser cristiano implica sometimiento pleno al señorío de Cristo, lo que equivale a un tajo profundo en las raíces de los propios criterios, de la exaltación personal y la autocomplacencia. Así la espiritualidad deja de ser una opción voluntaria para cristianos de primera. Es un deber para cuantos invocan a Cristo diciendo: «Señor, Señor». Dicho esto, volvamos a lo antes expuesto, la necesidad de que la espiritualidad sea completa, en adecuado equilibrio de entendimiento, sentimientos y acción. Cuando alguno de estos elementos desaparece o se debilita, la espiritualidad queda empobrecida, por lo que para muchos creyentes resulta insatisfactoria. Ello explica las sanas reacciones que a lo largo de la historia se han producido cuando la espiritualidad se ha vaciado de contenido vital y sólo ha conservado formas (dogmáticas, litúrgicas, legalistas o de cualquier otro tipo).

Puede servirnos de ejemplo el movimiento pietista en Alemania (siglo XVII) con su denuncia de la esterilidad espiritual a que había llegado la fría ortodoxia del protestantismo luterano. O el movimiento metodista en la iglesia anglicana del siglo XVIII. Los peligros de la superespiritualidad Ha sucedido, sin embargo, que muchos cristianos han parecido no tener suficiente con una espiritualidad «normal», bíblica, equilibrada. No conformándose con ser espirituales, han pretendido ser «superespirituales» y se han empeñado en ser más puros que los demás, más fervorosos, más fieles a la Palabra, De estos movimientos de superespirítualidad también hallamos ejemplos en la historia. Conoció alguno de ellos el judaismo postexílico. Los jasideos (heb. Hasidim = santos o piadosos), empeñados en luchar contra la helenización del judaismo y mantener la observancia de la ley judaica, cayeron en una religiosidad meramente externa, con escasa o nula piedad interior. De ese grupo surgió la secta de los fariseos.

En la iglesia cristiana de los primeros siglos también hubo quienes reaccionaron contra errores o debilidades bastante extendidos, pero, en movimiento pendular, cayeron en otros errores no menos deplorables. Recuérdense el donatismo y el montanismo. En la Edad Media, el movimiento de los cátaros (del griego = puros, perfectos) tuvo mucho de positivo, pero, al parecer, cayeron en errores gnósticos y maniqueos. En su afán de pureza, llegaron a condenar la posesión de bienes terrenales y las relaciones sexuales incluso dentro del matrimonio; sólo mediante una renuncia al mundo se podía ingresar en su iglesia, fuera de la cual no había salvación.

En días de la Reforma, los movimientos radicales tuvieron muchos aspectos loables, pero también asumieron en algunos puntos posturas extremas que desacreditaron el testimonio cristiano. En tiempos más recientes, algunos movimientos de «renovación», pese a lo noble de sus propósitos y de algunos de sus énfasis, han sido causa de problemas en muchos lugares al tratar de imponer su teología y formas de culto como superiores en espiritualidad a las de las iglesias más tradicionales. (Siga leyendo en la web pensamientocristiano.com)

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